Dime, di que me buscas.
Tengo miedo de ser náufrago solitario,
miedo de que me ignores
como al náufrago ignoran los vientos que le baten,
las nebulosas últimas, que, sin ver, le contemplan.
Dámaso Alonso (1898-1990) es el altavoz y crítico más autorizado de laGeneración del 27, la de él.
Y también el filólogo español del siglo xx con más prestigio internacional. En sus versos, de enorme fuerza expresiva, aparece como un agnóstico abrumado por su propia duda. Y ese agnosticismo se alimenta del dolor humano, del silencio de Dios y de un consiguiente e insoportable sentimiento de soledad:
Y también el filólogo español del siglo xx con más prestigio internacional. En sus versos, de enorme fuerza expresiva, aparece como un agnóstico abrumado por su propia duda. Y ese agnosticismo se alimenta del dolor humano, del silencio de Dios y de un consiguiente e insoportable sentimiento de soledad:
¿Por qué nos huyes, Dios, por qué nos huyes?
Desde la entraña se elevó mi grito,
y no me respondías. Soledad
absoluta. Solo. Solo.
Hombre, cárabo de tu angustia,
agüero de tus días estériles,
¿Qué aúllas, can, qué gimes?
¿Se te ha perdido el amo?
No: se ha muerto.
Ya Nietzsche nos adelantó que la muerte de Dios trastornaría a los
hombres más que cualquier cataclismo cósmico. ¿Qué decir del dolor? Los europeos que
han vivido dos guerras mundiales, los españoles que han sufrido en sus
carnes una guerra civil han llegado a pensar, como Papini, que el mundo es un
infierno iluminado por la condescendencia del sol. Así resume Dámaso esa trágica
experiencia:
Habíamos pasado por dos hechos de colectiva vesania, que habían quemado muchos años de nuestra vida, uno español y otro universal, y por las consecuencias de ambos. Yo escribíHijos de la iralleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre.
Habíamos pasado por dos hechos de colectiva vesania, que habían quemado muchos años de nuestra vida, uno español y otro universal, y por las consecuencias de ambos. Yo escribíHijos de la iralleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre.
El siglo xx con frecuencia ha visto a Dios como responsable último del
mal en el mundo, al menos por no evitarlo. Esa imputación es quizá el mayor argumento contra el Dios bueno y providente de la tradición cristiana. Dámaso, sin
embargo, atribuye la injusticia humana al propio ser humano:
Yo quiero ver qué brazos ahogan la justicia de Dios, qué bocas retuercen su verdad. Si el poeta parece tener claro que Dios es justo, lo que no tiene claro
es su existencia. ¿Estará Dios detrás de su silencio? Dámaso necesita la
existencia de Dios para fundamentar su sed de eternidad:
Te pedí muchas veces que existieras.
Hoy te pido otra vez que existas [...}
. Mi amor te ama: ¡qué existas!
Te lo pido con toda tu inmensa intensidad.
Deseo esto de Ti: que el alma quede eterna
cuando se muere el cuerpo.
Con acento quevedesco, Dámaso escribe que hemos nacido para arder, para
arder siempre... Muchos pensadores han visto en el deseo de inmortalidad
una
llamada de Dios en el corazón humano. Si la naturaleza no trabaja en
vano y
despierta la sed porque existe el agua para calmarla, tal vez la sed del
corazón esté prevista por el Dios que puede aplacarla con una eternidad feliz...
Dije que muere el alma cuando el cuerpo se muere.
Ahora, al fin, reconozco que no hay nada
que afirme mis ideas negativas.
Pero yo era ignorante, tenía sueño, no sabía
que la muerte es el único pórtico de tu inmortalidad.
Dios es un tema central de la filosofía y de la religión. Dámaso va más
lejos y, en una de sus tesis más conocidas, afirma que toda poesía se mide
inevitablemente con Dios:
Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios
en la Belleza.
Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso.
Se
volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del
misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar
el
mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se revuelve, iracunda, reconoce la
opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía
de todos los tiempos a la busca de Dios.
En el funeral del poeta, junto a su tumba, su esposa recitó dos versos
deHijos de la ira:
Virgen María, madre,
dormir quiero en tus brazos hasta que en Dios despierte.
José Ramón Ayllon, Dios y los náufragos, ed. Belacqua
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