Él era enfermo
vitalicio y capitán de los poetas de la Generación del 27, conquistadores de un
segundo Siglo de Oro para las letras españolas. Yo, profesor novato con media
docena de alumnos que bebían las palabras del anfitrión.
Góngora, Lope, Quevedo, Lorca, Guillén, Salinas, Dámaso, Alberti... De todos
hablamos un poco. Más de los pasados, por esa natural elegancia que invita a no
juzgar a los vivos.
-¿Su poeta preferido?-Uno para cada época y uno para todas las épocas: san Juan de la Cruz.
-¿Por qué Juan de Yepes?
-Por haber logrado eternizar la palabra poética.
Preguntábamos con libertad, y el poeta respondía con soltura, complacido por
aquel público joven que se sentaba literalmente a sus pies. Alguien quiso saber si
Aleixandre compartía la visión cristiana de la vida con sus poetas predilectos. Y don
Vicente aparcó un momento la sonrisa para explicarnos que le gustaría tener esa
misma fe compacta y sin fisuras, y que por ello lamentaba su condición de náu-
frago en un mar de dudas.
Murió un año más tarde. Y la prensa recogió el agradecimiento de su hermana al
sacerdote que acudió a la última llamada del poeta. Desde entonces, siempre que
pienso en Aleixandre y en nuestro encuentro de aquella tarde de primavera, me
vienen a la cabeza unas palabras entrañables que tiempo atrás le había dedicado
su amigo Dámaso:
Largos años hace, Vicente, que esperas -como todos- tu viaje. No
tengas miedo: tú no has de sentir el choque de la bestia fría, que te derribe.
Barco sobre el ancla, te bastará un pequeño impulso para empezar la gran
navegación.
José Ramón Ayllon, Dios y los náufragos, ed. Belacqua
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