El domingo 18 nos trasladamos a Santiago para ganar el Jubileo del Año Santo. Asistimos a la Misa del Peregrino, abarrotada de fieles. La Eucaristía la presidió Mons. Barrio, arzobispo de Santiago. Concelebraban con él un obispo africano y varias decenas de sacerdotes. Al inicio, un canónico de la catedral dio la bienvenida a las peregrinaciones. Nos dimos cuenta que estábamos rodeados de católicos procedentes de diversos puntos de España y de los cinco continentes. A todos nos unía el mismo afán: peregrinar a Santiago para agradecer al Apóstol su fecundidad apostólica, de la que procedemos, y ganar el Jubileo.
Todo ayudaba a conseguir ese objetivo. La piedad de los concelebrantes y los fieles. Los cánticos litúrgicos. Las ofrendas traídas desde lugares tan diversos. La predicación del arzobispo supuso un aldabonazo a los propósitos de todos.
Durante la celebración muchos peregrinos hicieron cola pacientemente en los confesonarios para recibir el perdón del Señor y ganar el Jubileo. Unos chicos de nuestro grupo me contaron después esta anécdota. Al confesonario cercano al lugar en el que se encontraban, vieron acercarse a una joven de 20 años que dijo al confesor en voz alta: "Es la primera vez que me confieso". El sacerdote le hizo un gesto delicado para que bajara la voz, y se confesó. Unos minutos más tarde, los chicos contemplaron la alegría de la joven a la salida del confesonario, al tiempo que advirtieron unas lágrimas emocionadas en el rostro del sacerdote.
La comunión duró mucho tiempo, a pesar de ser muchos los sacerdotes que la impartían, debido a la multitud de peregrinos que se acercó a recibir al Señor.
Al final, el arzobispo nos dijo que el incienso, que subiría a lo más alto del templo con el Botafumeiro, era imagen de cómo nuestras oraciones habían subido hasta el Cielo. Se entonó el himno a Santiago y los encargados pusieron en movimiento el precioso incensario de plata.
Las largas colas no impidieron que algunos abrazáramos la imagen de Santiago y veneráramos la tumba del Apóstol.
Juan Ramón
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