La princesa Palatina, inmortalizada por la elocuencia de Bossuet, solía reírse de la fe católica. No podía reprimir su desdén cuando se hablaba de los misterios de la fe; le parecían tonterías de gente simple y crédula. Decía: Sería para mí el mayor de los milagros hacerme creer el cristianismo.
Pero el milagro ocurrió. Fue en medio de un sueño misterioso, en que se le apareció un ciego que creía en la luz del sol por efecto de su calor. De ahí dedujo que hay cosas muy excelentes y admirables que se escapan a nuestra vista, y que no por eso dejan de ser verdaderas y dignas de desearse, aun cuando no se puedan comprender ni imaginar. En aquel momento experimentó lo que soñaba. Tuvo una luz repentina, y sintió en su corazón el gozo de la fe.
A partir de entonces le fue fácil creer todo. Se emocionaba cuando leía algo acerca de la religión. Y escribió: «El misterio del amor infinito que reside en nuestros altares, y que tenía por increíble, era lo que más me conmovía. Me parecía sentir la presencia real de Nuestro Señor, casi como se sienten las cosas visibles y de las que no se puede dudar». Y concluía: «Desde que Dios quiso infundirme en el corazón que su amor es la causa de todo lo que creemos, esa respuesta me persuade más que todos los argumentos».
C. Ortúzar
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