En el segundo volumen, de los seis previstos, de la gran obra de Shalámov, se recogen veinticinco relatos, que podrían ser cuentos, aunque la realidad que describen es demasiado impactante como para relegarlos al ámbito de la ficción. Sobre el paisaje blanco y helado de los campos de trabajos soviéticos, construye Shalámov sus historias. En la vida de aquellos hombres, nos dice, llegaba un momento en que lo único real era la condena. Todo lo demás podía desdibujarse, caer bajo el manto de la apariencia o simplemente dejar de ser.
El escritor toma el ejemplo de la naturaleza: siempre tan resistente y tenaz para mantener la vida. Inmerso en un ambiente moribundo, Shalamov encuentra -en esos momentos- los motivos que le hacen mantener la esperanza y le permiten seguir viviendo.
Mientras que los caballos no consiguen vivir dos años en esas condiciones y llegan a ‘suicidarse’ dejando de comer, Varlam parece mantener -en ocasiones- un diálogo con la naturaleza y encontrar -en las raíces retorcidas de las plantas que consiguen vivir a 50 grados bajo zero- la confirmación que se puede ser humano también en esas condiciones.
Un día de verano, se encontraban recluidos en la barraca, vigilados por un guardián. En un determinado momento sintieron una presencia, miraron fuera y vieron una pareja de osos: un macho y una hembra. El macho se distinguía por el pelaje. Inmediatamente, ellos reconocieron una oportunidad en esos osos para saciar dos necesidades básicas: alimento (carne) y abrigo (piel). Cogieron un fusil, apuntaron, pero mientras lo hacían hicieron un crujido que atrajo la atención del oso macho.
Éste -como primera reacción- se situó ante la hembra para cubrirla mientras ella escapaba y él permanecía inmóvil. Su actitud reveló un inequívoco deseo: que los proyectiles no alcanzasen a la hembra. Se paró, no escapó, sino que se encaró al que le apuntaba con el fusil y se dejó matar.
Shalamov en esta historia de los osos, en ese comportamiento, se está salvando a si mismo. En un entorno en el que se vendían y se mataban por una patata o un cigarrillo. Por el contrario vio un oso que era capaz de dar la vida por otro. Varlam ve en ese gesto una confirmación externa del bien, siente que hay alguien capaz de morir por otro, alguien que tiene mucha más pasión y capacidad de considerarse a si mismo que los que condenaron a los prisioneros a malvivir en los gulag.
En ese momento, el escritor te está aconsejando a ti -que estás lejos de estas situaciones- que en esa realidad el único modo para sobrevivir es: guardar los recuerdos dentro de uno mismo o bien pensar que alguien te está esperando, pensar en esas personas concretas, pensar la posibilidad que al menos esa persona que amas sabe que eres inocente y que estás pagando una pena injusta. Las esposas, los maridos, el amor está presente siempre. Pero no solo es algo que pertenece al sentimiento sino algo que está en la entraña del ser humano y que emerge.
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Varlam Shalamov, 20 años en el gulag confrontando la existencia humana: LEER AQUÍ
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